CAPÍTULO 36


La mañana siguiente amaneció fría y gris. El mar estaba embravecido y una fuerte brisa soplaba desde el mar. Había borrasca. Los elementos reproducían lo que sucedía en el campamento.


Nadie hablaba abiertamente sobre lo que había decidido hacer, pero había muchos corrillos y la gente entraba y salía de las tiendas de unos y otros. Curiosamente, no corrían rumores acerca de lo que tal o cual pensaba hacer. Parecía que Unodien no conocería el resultado de su ofrecimiento hasta el último momento.


Tampoco le preocupaba en exceso. Tenía claro que se marchaban. Si alguien mas los acompañaba, serían bienvenidos pero si nadie lo hacía, no cambiaba sus planes en absoluto.


Junto con El Jugador y Daniel, pertrecharon un carro con ropa y víveres y una tienda y forraje para las mulas que tirarían de él.


Todo estaba ya dispuesto. Sólo faltaba conocer si alguien más les acompañaría.


Unodien no quería presionar a nadie, pero le hubiera gustado saber qué pensaba Mauri, así que se dirigió a su tienda con la intención de hablar con él. Pero no estaba allí. Tal vez se encontrase en algún lugar solitario, como solían hacer cuando querían conversar sin ser molestados por el resto.


Tampoco había visto a Kor en todo el día. Desde que le había liberado de sus obligaciones, no le había vuelto a ver. Se había sentido aliviado al no tenerlo constantemente alrededor. Sin embargo, ahora le hubiera gustado poder preguntarle sobre lo que sucedía en el campamento. Siempre fue una buena fuente de información.


Regresó a su tienda un poco frustrado.


-         ¿Qué?, preguntó El Jugador al verlo entrar.


-         Nada, contestó con tono resignado.


Y llegó la noche, la última noche de la expedición tal y como el Consejo la había concebido.


-    ¡Maestro!


Unodien levantó la vista. Mauri estaba en la puerta.


-         Maestro, he venido a despedirme.


-         Lo siento. Tenía la esperanza de que decidieras venir con nosotros.


-         Hay mucha gente indecisa, comentó Mauri. – No saben cómo volver, necesitan alguien que los guíe y me han pedido que no les abandone y yo… no he podido negarme, aunque mi corazón está contigo. Te deseo la mayor de las fortunas en tu camino. Sé que conseguirás crear ese hogar que buscas.


Le abrazó fuertemente y salió antes de que Unodien pudiera articular una sola palabra.


-         ¡Adiós!...


 


A la mañana siguiente, todo el mundo estaba listo para partir. Dos grupos ponían rumbos diferentes: a un lado, el más numeroso, que regresaba a Nueva Esperanza; al otro, media docena de personas habían decidido seguir a Unodien en su búsqueda. Sorprendentemente, Kor era una de ellas. Unodien le sonrió y agradeció a todos y cada uno de ellos su compañía.


Unodien abrazó nuevamente a Mauri, les deseó suerte y buen viaje y se puso al frente de su grupo. Levantó el brazo y a su señal, las dos columnas se pusieron en marcha.

* SIEMPRE UNO

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