Mientras Daniel y Gambit descansaban, Unodien meditaba sobre cuál sería el siguiente paso a dar. No había dejado que se le acercara ninguno de sus asistentes habituales. Estaba intentando trazar un plan y no quería que nadie le importunase con tonterías.
Tomó su decisión y se retiró a descansar.
Al día siguiente dio orden de levantar el campamento y seguir viaje hacia el Norte. Kor y los demás se alegraron al pensar que, después de todo, no iba a abandonar su misión.
Gambit y Daniel, con ropas y calzado nuevos y tras un suculento desayuno, estaban más que dispuestos a reemprender el camino. Pero Unodien dispuso que montaran en uno de los carros. A Daniel no le disgustó esto en absoluto. Estaba harto de caminar y tenía los pies llenos de heridas y callos. Además, no quería estropear sus botas nuevas.
Se instaló cómodamente en el pescante del primer carro, no quería perderse ningún detalle del camino. Unodien montaría a caballo y Gambit insistió en cabalgar junto a su amigo.
- ¡Entra, Odyne!
La Segunda Pastora del Círculo, esperaba desde hacía un rato a que El Navegante la recibiera.
Estaba echado en su camastro. Desde hacia unos días no se encontraba demasiado bien.
- Sabes que llega mi fin... – acalló una protesta de la Segunda Pastora y prosiguió. – Tenéis que dejar que El Buscador siga su camino, pero no le perdáis de vista. No se desviará de su objetivo, o no le conozco...
El Navegante pareció dormirse y Odyne bajó la cabeza y lloró en silencio.
Tras unos minutos, salió del habitáculo e hizo una seña a los que esperaban fuera. El Círculo de los Ancianos en pleno. Uno a uno, desfilaron frente al cuerpo de El Navegante para darle su último adiós. Cuando todos hubieron cumplido con este ritual, lo dejaron solo y se dirigieron a la Gran Sala para debatir sobre la situación y lo que deberían hacer a partir de entonces. El Navegante les había dejado solos y estaban perdidos. Tendrían que elegir de entre ellos a quien le sustituyera.
Hombres de la comunidad comenzaron el ritual del enterramiento. Era muy sencillo, aunque trabajoso. El Navegante descansaría junto a las cosas que le habían acompañado en vida. Su habitáculo sería también su tumba. La tierra que se extraía de las excavaciones de nuevos túneles se usaría, en este caso, para rellenar el habitáculo y cerrarlo por completo. Una señal en el exterior ayudaría a que la Comunidad de Nueva Esperanza le recordase para siempre.
En la Gran Sala, la Segunda Pastora narraba los últimos momentos de El Navegante.
“¡Hemos de elegir un nuevo Navegante!”, era el clamor unánime.
La Segunda Pastora proclamó que se abrían las deliberaciones para elegir de entre ellos al que sería el nuevo Navegante. Debería ser alguien que hubiera demostrado, con el paso de los años, tener buen juicio y cuyo criterio no fuera discutido por el resto. Probablemente, les llevaría unos días encontrar a la persona idónea.
Ajenos a todos estos acontecimientos, Unodien y sus amigos caminaban hacia su destino, sin saber que el difunto Navegante acababa de hacerles un preciado regalo: Tiempo.
(*SIEMPRE UNO)
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