– ¿Ves ese campamento?
El Jugador y El Chico estaban agazapados tras de una duna, observando el trasiego de personas y cosas. Daba la impresión de que se preparaban para ponerse en marcha. Sin embargo, no estaban desmontando las tiendas. Cargaban los animales y los carros con víveres y otros bultos, pero estaban dejando las tiendas en pie. ¿Cuáles serían sus intenciones?
- Esto no me gusta, dijo El Jugador. – Nos mantendremos a una distancia prudencial. ¡Ven!, subiremos a aquellas colinas. Podremos observarles y, además, nos quitaremos del camino.
El pequeño le siguió obedientemente sin hacer ningún comentario. Hacía días que no abría la boca, que no pronunciaba una sola palabra. El Jugador se preguntaba por el motivo de tanto silencio. Empezaba a pensar que el viaje y las condiciones en que viajaban, estaban empezando a afectar al chiquillo anímicamente. Intentaba darle conversación, pero le resultaba difícil, él era hombre de pocas palabras. Si al menos El Buscador estuviera con ellos!...
Se movieron silenciosamente entre las dunas y la vegetación, sorteando algunos troncos caídos y otros obstáculos. Llegaron sin contratiempos a la falda de la colina y tras echar un último vistazo al campamento y comprobar que nadie les había seguido, comenzaron a trepar por la ladera.
El Jugador tanteaba con las manos el terreno en la creciente oscuridad y no vio a tiempo la planta de espino que tenía delante. Puso su mano en ella confiadamente y cuando lo hizo, el dolor le recorrió la mano y el brazo hasta el hombro. No pudo evitar lanzar un gemido.
Unodien se estremeció. Le había parecido escuchar un ruido. Su fino oído seguía entrenado después de todo. Se dispuso a acechar al intruso. “¡Ahora me espían!”, pensó. Aguardó unos minutos, pero no volvió a oírse ningún ruido.
Era imposible tratar de sacarse los espinos de la mano en plena oscuridad. El pequeño le consolaba acariciándole el brazo.
- ¡Tenemos que seguir!, cuchicheó El Jugador.
El pequeño asintió con la cabeza.
Tragándose el dolor y unas cuantas expresiones no aptas para el oído de El Chico, El Jugador reemprendió la marcha. Quedaban pocos metros para la cima y la impaciencia por llegar y buscar un refugio para descansar esa noche, causaron que no prestara atención y no vio la sombra que se le abalanzó en cuanto asomó en la cima de la colina.
Sorprendido, no profirió ningún grito. Herido como estaba en una mano, no opuso demasiada resistencia. Rodaron por el suelo, intentando conseguir ambos contendientes una posición dominante. El pequeño permanecía mientras, agazapado detrás de una mata, dudando entre permanecer allí escondido o buscar un objeto contundente e intentar darle con él al atacante. En esta indecisión estaba cuando una figura se alzó sobre la otra, y amparado por la oscuridad se acercó para ver cómo un puño se levantaba para caer con fuerza sobre la cara del que, indefenso, estaba tumbado en el suelo.
Corrió hacia aquella figura intentando detener ese brazo alzado. El rostro de aquella figura se volvió hacia él al percibir el movimiento y al verle, se quedó paralizado. El Jugador aprovechó este titubeo, pues él era al fin y al cabo quien iba a ser golpeado, para derribar a su oponente.
No había luna aquella noche, pero la voz que susurraba un nombre desconocido le era demasiado familiar para ignorarla.
- ¡Gambit! ¡Chico!
( *SIEMPRE UNO)
P.D.: Desde este capítulo en adelante, me veo obligada a cambiar la nomenclatura de los mismos debido a que el número treinta en números romanos es considerado por WLS como lenguaje inapropiado. ![]()
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