CAPÍTULO XVI


“Yo no puedo cambiar la Historia, ¡no puedo dar marcha atrás! ¿Qué se supone que debo hacer? No entiendo para qué me han enviado los Ancianos. ¿Acaso he encontrado el Oráculo? Aún debo hacerles más preguntas para averiguar qué rumbo debo tomar a partir de ahora”.


Éstas y otras reflexiones se hacía El Buscador al tiempo que desandaba sus pasos hacia el exterior. Todo parecía permanecer en el mismo estado pero un sutil cambio se había operado en el entorno: se oía el bullicio de la vida humana. Apretó el paso fuera del túnel.


La noche había caído y cientos de lámparas iluminaban el interior de las viviendas y un tenue sonido que no pudo identificar, se dejaba oír en el ambiente. La gente se paraba a su paso y le miraba sonriente. El Navegante estaba parado frente a una de aquellas moradas y con un gesto de su mano, le invitó a entrar.


Sentados a una mesa repleta de manjares, El Buscador saciaba su hambre y su curiosidad.


“¿Por qué yo?”


“Tú eres un líder. Tienes poder de convicción. Lo irás descubriendo poco a poco”.


El Buscador le miraba con la incredulidad reflejada en su rostro. “No lo creo”, respondió con la boca llena.


“Sabrás rodearte de aquellos que te escucharán y te seguirán. Debes convencerles de la bondad que hay en la naturaleza humana y de que el mismo afán que ponen en autodestruirse, les servirá para volver a construir un futuro mejor. Pero primero, tienes que convencerte a ti mismo”.


“Debo hallar a mis compañeros de viaje. No haré nada sin ellos”.


“Me parece bien”.


“Explícame cómo me encontrasteis y cómo puedo volver a lugar donde me separé de ellos”.


“Cuando estés preparado para enfrentarte a lo que hay afuera...”


“¡Llevo muchos años luchando con lo que hay afuera y...!”


El Navegante sonrió y dijo tranquilamente: “Pero aún no eres capaz de controlar tu furia”.


“Estoy preocupado por ellos y si los mismos de quienes me rescatasteis los han atrapado, tal vez su suerte ya esté echada”.


“No sufras. El Destino es sabio y si ellos deben estar a tu lado, los hallarás de nuevo en tu camino”, sentenció.


El Navegante se levantó de la mesa y anunció que se encontraba muy cansado. Hablarían de nuevo por la mañana de ese y de otros temas. Ahora debía volver a su aposento y dormir.


Esas palabras no dejaban ningún resquicio por el que continuar argumentando, así que El Buscador salió y se dirigió a la caverna en la que se había despertado el primer día y que ya podía considerar como su “casa”. Al menos, por el momento.


Mientras caminaba de vuelta no pudo dejar de admirar el cielo estrellado que, a pesar de la profundidad de la sima, se contemplaba con toda nitidez. Identificó varias constelaciones y comprobó que los diversos golpes y avatares no habían afectado en demasía a su memoria. Por un momento, echó de menos hallarse a cielo abierto, solo y sin más compañía que las estrellas y la luz de la luna.


De nuevo aquel sonido, dulce y relajante, inundaba el aire nocturno, convirtiendo la noche en mágica y embrujadora. El Buscador no había escuchado en toda su vida un sonido como aquel y, por tanto, no pudo identificarlo como música ni tampoco el instrumento del cual provenía. Le gustaba porque tenía un tono triste y quejumbroso, que era tal y como él se sentía en aquellos momentos. Arropado por ella, se acostó, rogando que aquella no fuera otra noche poblada por las  pesadillas.

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