El Círculo de Ancianos estaba reunido y cuando el Navegante ocupó su sitio, se completó. Se hallaban en una gran sala en la que reinaba esa luz verdosa que tan familiar le resultaba ya al Buscador, pero no parecía provenir del exterior sino que emanaba de la misma roca en la cual estaba excavada. Reinaba el silencio, pero no era opresivo. El Círculo se abrió ante él y permanecieron de pie mirándolo por largo tiempo.
“Haz tus preguntas”, oyó en su interior. Y las formuló de igual modo, sin hablar con palabras: “¿Quiénes sois? ¿Dónde me encuentro?”
“Nosotros somos los últimos de nuestra especie. Vivimos aquí, bajo tierra, en esta ciudad escondida porque la vida fuera de estas paredes es imposible, cruel y fatal. Has visto grupos de humanos practicando la barbarie, pero no eres capaz de comprender cómo se ha llegado a esta situación pues tú eres fruto de esta época. Pero nosotros, conocimos tiempos mejores. Tiempos en los que vivir al aire libre era agradable; tiempos en los que la palabra “humano” significaba nobleza, amistad, entrega a los demás, etc. El mismo hombre acabó con todas las posibilidades de sobrevivir convirtiendo este mundo en un lugar hostil y depravado”.
“Estás aquí porque nosotros te hemos traído, arrancándote de las garras de aquellos que querían convertirte en esclavo o algo peor...”.
“Eres el enviado, tienes una misión que cumplir. No podíamos dejarte morir”.
El Navegante tomó la palabra y dijo: “Debes aprender de la Historia”.
La luz se oscureció y frente al Buscador surgieron imágenes de un mundo desconocido para él. Un mundo habitado; un mundo con una naturaleza desbordante, caudalosos ríos, selvas y montañas de nevadas cumbres; un mundo bullicioso en el que se afanaban millones de personas en sus tareas cotidianas, en divertirse con sus familias y amigos. “¡Amigos!”, este pensamiento le sobresaltó y volvió a su mente el recuerdo de aquellos a los que había dejado atrás.
De pronto, las imágenes cambiaron y vio guerras y matanzas. Vio la miseria que causaban las guerras y cómo afectaban a los más débiles. Vio cómo hombres de gran sabiduría estudiaban la forma de crear más y mejores armas para destruir a sus semejantes. Y vio el arma definitiva. Un gran estallido de luz inundó la sala dejándole aturdido. La oscuridad le invadió y sintió dolor en su corazón. El resto se abrió paso en su mente: el mundo en el que él vivía, era el resultado de toda aquella destrucción, de todo aquel afán por poseer, por imponerse a los demás, no ya con la razón sino con la fuerza.
Y entendió la naturaleza humana y comprendió que el mal estaba en ella.
Y lloró.
Cuando su aflicción se calmó, se dio cuenta de que estaba completamente solo.
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