A la mañana siguiente coronaron al fin el tortuoso puerto de montaña. El Buscador en su deambular no había estado jamás en medio de un paisaje tan sobrecogedor y hermoso. Numerosos picos se repartían dondequiera que posase su mirada, y profundos valles se extendían a derecha e izquierda. La luz del sol era distinta, más tamizada, y el aire más azulado e incluso tenía un olor diferente. El Jugador explicó que se debía a la altura. El pequeño apenas prestó atención al paisaje y manifestó su cansancio preguntando si aún tendrían que caminar más ese día. Podrían descansar unos minutos pero luego deberían continuar su camino si querían llegar al siguiente refugio, concedió El Jugador.
Aquel era el último collado y el descenso sería más rápido y vertiginoso. El camino se volvía peligroso y deberían prestar atención dónde pisaban, sobre todo El Chico, al que el cansancio hacía resbalar una y otra vez. El Buscador intentó llevarlo de la mano, pero a veces se estrechaba tanto el sendero que no resultaba práctico. En ocasiones hubieron de destrepar por la roca en aquellos puntos en los que el camino desaparecía. Entonces el pequeño se subía a la espalda de El Buscador y pasándole las manos alrededor del cuello, se agarraba con todas sus fuerzas, mientras El Jugador, que había pasado el primero, les esperaba mas abajo atento a cualquier resbalón. Sin apenas ser conscientes, estaban trabajando juntos, persiguiendo un mismo objetivo: ayudar al niño en el descenso.
El Buscador percibía un sutil cambio en el humor de El Jugador. Aún no sonreía pero, cuando le hablaba, ya no lo hacía con aquel tono duro y glacial con que se había dirigido a él los primeros días.
“¿Qué crees que encontraremos cuando lleguemos al valle?” El Jugador se tomó unos segundos para pensar y con gesto dubitativo, contestó que no estaba muy seguro. “Hace mucho tiempo que pasé por aquí la última vez. Entonces, unos grupos nómadas habitaban aquellas llanuras que ves hacia el Este. Vivían de recolectar plantas y semillas y se desplazaban a medida que esquilmaban los campos”. De todas formas, no esperaba encontrárselos. Los grupos humanos no eran muy estables ni muy constantes en sus costumbres. Cualquier circunstancia, por pequeña que fuese, o cualquier encuentro con otros grupos, hostiles o pacíficos, podía alterar su itinerario o sus objetivos. La difícil y constante lucha por la supervivencia incluso podía modificar sus intenciones. Se sabía de grupos pacíficos que se habían vuelto hostiles ante la presencia de grupos más débiles y a los cuales, inevitablemente, habían exterminado para hacerse con las escasas pertenencias que aquellos desgraciados habían tenido la dudosa fortuna de poseer: mujeres jóvenes o niños, que eran especialmente apreciados por su indiscutible utilidad las unas, y su tierna carne, los otros. El Buscador hizo un gesto de repugnancia al oír el comentario y no pudo evitar volver su mirada hacia El Chico que, agotado, dormía en un rincón del pequeño abrigo que esa noche les serviría de refugio. “Hay otro peligro al que espero que no tengamos que enfrentarnos.” Aquella noche no había hoguera ni cena caliente y ambos hombres charlaban en la oscuridad, solamente salpicada por el tenue brillo de algunas estrellas. El Buscador, más acostumbrado que su compañero a disfrutar de ellas, apenas les prestaba atención. “Mientras viví en la ciudad en ruinas, prosiguió El Jugador, corrían rumores de que en esas llanuras se habían formado bandas de buscadores de esclavos. No sé si serán ciertas esas historias, pero aún así, deberemos tener cuidado. No me agradaría acabar en manos de esa gentuza”. Discutieron entonces de qué manera atravesarían la llanura. El Buscador no tenía un destino prefijado, por lo tanto le daba igual continuar hacia el Este en línea recta que dar un rodeo siguiendo las estribaciones de la cadena montañosa, aunque eso lo desviase en dirección Norte. Al Jugador, en cambio, no le daba igual. Existía un lugar al que él deseaba volver. Él sí tenía una meta, un destino. Algo que él llamaba “hogar”, un lugar junto a una gran extensión de agua, donde contó que había pasado sus primeros años antes de perder a su familia. Decidieron seguir las estribaciones mientras no se desviaran mucho de su camino, y luego, cuando se hiciera inevitable salir a campo abierto, decidirían si se desplazarían de noche o de día. El Buscador le recordó que él era un experto en camuflaje: podrían avanzar de noche y descansar durante el día en un refugio especialmente adaptado y siempre aprovechando la orografía y los materiales del entorno.
Las circunstancias de cada momento dictarían las decisiones a tomar.
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