Le sacaban casi un día de ventaja, pero una persona sola camina más deprisa que dos, sobre todo cuando una de ellas es tan sólo un niño. Supuso que en un día o poco más, les daría alcance y cuando los tuviese a la vista decidiría si dejarse ver o no. Era más ventajoso seguirlos de lejos - pero a la vista – que hacerse notorio enseguida y eso le proporcionaría información sobre las intenciones de aquellos dos personajes. Su forma de viajar delataría si se creían perseguidos o no. Ciertamente, no dejaban mucho rastro. Si llevaban comida, no encontró desperdicios ni restos de fogatas – lo que dijo mucho a su favor -. Eso le hizo recordar que sus propias provisiones se estaban terminando. Pronto tendría que preocuparse de sí mismo o no llevaría a término su misión.
Cuando los tuvo a la vista, El Jugador y el chiquillo caminaban por un estrecho sendero, peligroso y empinado, que ascendía por la ladera de la montaña hacia un collado que poco a poco se hacía visible. El Chico estaba cansado, pero era duro, y sus cortas piernas y sus pies apenas calzados seguían moviéndose maquinalmente tras los pasos de aquel hombre que, por extraños motivos que desconocía, le había salvado la vida. Al menos de momento. Le fascinaba el movimiento de aquel pedazo de metal alrededor de los ágiles dedos de la mano de El Jugador – éste le había dicho que se llamaba moneda – e incluso le había dejado verla de cerca, tenía unas figuras grabadas en ambos lados, pero aparte de esto no habían conversado sobre nada más. Sólo habían caminado, comido frugalmente y descansado. Cuando El Jugador se detenía, él se detenía también; si El Jugador se ponía en marcha, él caminaba sin rechistar. El Jugador sólo le preguntó si tenía a alguien y como su respuesta fuese negativa, le contó que iba a marcharse de la ciudad y que si quería podía acompañarle. Ni siquiera le preguntó cuál era su nombre y tampoco le dijo el suyo. Pero el chiquillo le conocía. Su fama se había extendido por toda la ciudad en ruinas. Todo el mundo sabía que pocas veces perdía una partida. Pero pasaba por ser ambicioso y egoísta pues nunca dio una dádiva a nadie que lo necesitara. Y había ganado muchas partidas y muchos botines. Las alternativas no eran halagüeñas por lo que no lo pensó demasiado, se iría con El Jugador.
Perseguidor y perseguidos eran conscientes de que a medida que ascendían hacia el collado la climatología empeoraba. Si en el llano el sol era abrasador, aquí apenas alcanzaba para templar en las horas del mediodía. El frío era intenso y ninguno de ellos llevaba ropas adecuadas para caminar por entre montañas nevadas. El Jugador conocía aquellos parajes y sabía que en el collado había un refugio. Miró de soslayo al chiquillo, como para medir las fuerzas que le quedaban y confió en que llegarían antes de que se pusiera el sol.
El Buscador apretó el paso. En algún momento tenía que acercarse más e incluso llegar a tomar contacto, si como él pensaba, aquellas dos personas eran importantes para su búsqueda. El encuentro podría tomar un cariz casual, viajeros que coinciden en el camino, y poco a poco ir desvelando sus intenciones y conocer las de los otros. Llevaba ya un buen rato ascendiendo por el camino y había perdido de vista a los que iban por delante. No dudaba que le hubieran visto ya y que, si eran cautos, habrían tomado precauciones para defenderse de aquel que les seguía. Bien podrían pensar que estaban siendo perseguidos por aquellos a quienes habían burlado; o bien, que era fruto de la casualidad. Pero hoy en día, El Buscador sabía que pocas gentes se aventuran en los caminos y que sólo los desarraigados como él vagaban de pueblo en pueblo. Y no solían ser gente de mucho fiar.
Los últimos rayos de sol desparramaban su mortecina luz sobre los picos nevados, cuando El Jugador y su acompañante llegaron por fin al collado. Aunque hacía tiempo que no había estado allí, no le costó mucho trabajo localizar el refugio y suspiró aliviado al comprobar que estaba vacío. No había con qué hacer un fuego pero sí encontró viejas mantas con las que improvisar un lecho para el pequeño. Cuando lo hubo instalado, le recomendó con un gesto que no hiciera ningún ruido. Él saldría a vigilar. El Chico asintió con la cabeza, él también había visto al otro viajero en el camino, y comprendió que su salvador no quería arriesgarse a un encuentro en desventaja. Por algo era El Jugador. Éste salió a la noche y se parapetó tras un conglomerado de rocas y arbustos. Y esperó pacientemente, como era su costumbre, a que el misterioso viajero apareciera por el camino que llevaba hasta el collado.
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