CAPÍTULO XIII


“Nuestro huésped se ha despertado.”


“ Sí. Y está algo desorientado aún. Démosle un poco más de tiempo.”


“¿Aún no debe vernos?”


“No.”


Las voces se callaron.


El Buscador no las había oído, pero no era fácil que eso sucediera. Su percepción y su umbral auditivo estaban muy por debajo del necesario. Aquellos misteriosos seres que le habían dado cobijo, permanecían invisibles e inaudibles para él.


“Y recordarás...” Esta voz sí la había oído. Esta voz estaba en su cabeza y la había oído varias veces en las últimas horas. El descanso estaba haciendo su efecto y ahora ya era capaz de caminar, sentarse y levantarse sin que ningún dolor le lacerase el cuerpo. Había comido y bebido y se sentía con fuerzas para abandonar su refugio y explorar. Necesitaba encontrar un origen y una explicación para aquel lugar tan extraño. Ya estaba seguro de no encontrarse dentro de un sueño.


Aquel parecía un refugio seguro y sería un buen sitio para vivir, si no estuviera completamente solo. Recogió sus escasas pertenencias, llenó su pequeña cantimplora con el agua de la jarra, metió algo de fruta en su zurrón y salió. Una vez en el corredor, tenía claro hacia dónde se dirigiría: arriba, hacia la llanura, ya sabía lo que le esperaba; abajo, al fondo de cañón, hacia allí le atraía su curiosidad. Sabía que allí estaban las respuestas a las muchas preguntas que se hacía y para las que no hallaba solución.


Tenía, sobre todo, que encontrar a aquellos seres que le habían, no estaba muy seguro si “salvado” o “secuestrado”. Resultaba curioso que a pesar de no ver nunca a nadie, no le faltasen el agua ni la fruta fresca. Todas las mañanas al despertar, había sobre la mesa todo lo que necesitaba para comer. Era como estar en una cárcel, pero sin ver a los que lo mantenían prisionero. Los Ancianos le habían dicho “¡Busca!” , y él buscaría. Buscaría y buscaría hasta encontrar.


Sus pasos poco a poco le llevaban hacia lo más profundo del cañón. Caminaba sin prisa, observando. Había todo un entramado de pasillos, algunos excavados en la roca y bien iluminados que le daban un aspecto de ciudad laberinto. Las huellas de sus habitantes estaban por todas partes, pero a ellos no se les veía por parte alguna. Todo tipo de enseres, plantas y hasta juguetes aparecían por doquier, como si hubiesen sido recientemente abandonados allí. Pero El Buscador no tenía la sensación de estar viendo una ciudad fantasma. Sus pobladores estaban allí, pero ¿dónde? Y ¿por qué se escondían? ¿Acaso pensaban que él podía hacerles daño? Entonces, ¿por qué le habían cuidado?


Dejó de hacerse tantas preguntan a las que no podía responder y se dedicó a mirar el entorno. Vio pájaros que le llamaron la atención por su gran tamaño y llamativo colorido. Volaban entre las ramas produciendo un característico ruido con su aleteo. Se entretuvo con ellas largo rato. Él sólo conocía a los negros cuervos y a los buitres y jamás hubiera creído que existiesen aves a las que fuera agradable contemplar.


Había vida exuberante en aquel lugar.

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