La risita burlona se dejó oír otra vez. Pero ahora eran más los que reían, y Brujita pudo ver decenas de pijamas, blancos y verdes, con sus correspondientes zuecos de todos los colores, apretujándose en los pasillos del Hospital para verla bailar. ¡Y cada vez era más y más y más!
Pero la Brujita Bailarina no se amilanó ¡menuda era ella! ¡Si querían guerra, la tendrían! Decidió aprovechar la inercia del baile para intentar una maniobra desesperada. Nunca antes había probado el Hechizo de los Pies Inertes, pues era muy poderoso e incontrolable. Si salía mal, ella misma pagaría las consecuencias porque sus pies se volverían de piedra y jamás podría volver a bailar ya que habría perdido toda su magia.
Se concentró en sí misma, intentando no ver a los marcianos. Pensó en el torbellino, en la vorágine, en el vórtice. Un negro agujero se abrió justo en su centro. Se hizo más y más grande. Y entró en él. Estaba en la Oscuridad, sin luces ni estrellas. Vio el Hospital y a sus gentes, encerradas en otra dimensión y se dio cuenta de que los marcianos eran invasores que habían secuestrado a todo el personal. Pensó en el Hechizo de los Pies Inertes y pensó en cómo liberar a aquella gente.
“¡Gran Tótem!”, recitó. “¡Gran Tótem! ¡Cumbres del Asgard! ¡Profundidades de Nivamroth! ¡Ayudadme a detener a los Pies de Colores! ¡Libertad a los Pies Descalzos! ¡Oh, Gran Tótem, mil destellos de Luz, cien cometas en la Oscuridad! ¡Aranmaroth!
Y con este último grito, la Oscuridad se hizo Luz, se cerró el negro agujero y el torbellino cesó de girar.
La Brujita Bailarina cayó exhausta al suelo, en medio del pasillo desierto.
Pero poco a poco, el pasillo fue cobrando vida. Primero se oyeron voces, luego pisadas y, por último, aparecieron algunas personas. Pero ninguna de ellas parecía ser consciente de la presencia de un bulto en el suelo. Diríase que era invisible a sus ojos. La Brujita Bailarina se fue recuperando del extenuante baile y se incorporó a medias en el suelo. En su cara una sonrisa confirmaba que todo había salido bien y que era hora de volver a casa, a su adorada y tranquila casa del bosque.
Recuperó su escoba y, aunque aún le dolían los pies, le pidió que la llevara a casa. Descansaría muchos días seguidos y para sus pies, pondría en práctica un viejo remedio casero: agua verde de sapo con hojas de laurel azul, cocidas en noche de luna llena. Eso y ¡una buena taza de té junto a la chimenea!
FIN
* SIEMPRE UNO
Está claro que como en casa no se esta en ningun sitio, ese es el mejor remedio para todo!!KSS!!!!!!!!!!
ResponderEliminarComo aficionado de siempre a la Ciencia Ficción, me ha gustado el cuento y me ha gustado más, si cabe, el final. Este cuento no desmerecería al lado de los que publican en la colección El Barco de Vapor. Así que ánimo y sigue escribiendo. Un abrazo.
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